sábado, 26 de enero de 2013

Los finales felices son histórias sin acabar.

Por amar, amaré el café de 'buenos días', ese olor, ese sabor a café italiano con un poquito de leche para colorear, junto a dos cucharaditas de azúcar y con un poco de caramelo por encima. Y te darás cuenta de que el principe no llega. De que el paisaje no es rosa bombón, ni verde oliva, ni azul en un cielo de primavera, ni amarillo soleado, ni rojo pasión como un corazón, ni naranja como tu media naranja, solo gris. Hasta tú has cambiado. Ya no vistes de Gucci, Prada o Dior, y tanta desesperación te lleva a bajar el listón. ¿Y te acuerdas en qué cajón de aquella cómoda vieja de madera oscura pusiste tus esperanzas? ¿Tu identidad? ¿Tu orgullo, quizás? Y claro que no has olvidado como te hacía sentir, como sus manos secas y firmes rozaban tu cuerpo desnudo sin ataduras; como sus labios carnosos, cortados por el frío viento del invierno besaban cada centímetro de ti; aún sigues recordando que eras su princesa de cristal, que cuando por fin se sentó en su trono este se desenvolvió y calló al vacio. Sin darte cuenta 'princesa', ese 'hasta mañaña' se convirtió en un 'adiós'. No debiste desjarte la corona en su cama, pues ahora ya es tarde para recuperarla, otra 'señorita' la luce mejor que tú. Y ahora solo te queda morderte el labio inferior para volver a subir a las nubes, volver a sentirte querida, deseada. Esperas que llegue la fiebre, para volver a sudar como lo hacías en sus lujosos aposentos, aspiras a delirar para poder ver esos ojos marrones tan profundos, ese pelo castaño, ese cuerpo tan deaseado al que tanto amabas una última vez.