domingo, 6 de enero de 2013

Ella mataba y revivía.

Sí, es ella. Reconocería su pelo como fuego en cualquier momento, y sus piernas. También sé que le gusta el café cortado, pero su mitad soy yo. Me acuerdo de sus rizos, de ese vestido rojo que crubría todas sus curvas. Esas medias negras que ahora estan rotas y desgastadas. Es como si fuese la primera vez. Ella va más allá, es inconfundible; siempre llegaba tarde a las citas, al llegar me besaba con rapidez y dejaba su carmín en mis labios, ese rojo que dejaba sabor a melocotón. Sus ojos brillaban más que cualquier estrella aunque ella insistía en taparselos con negro. Hasta sé como huele su piel, lo recuerdo como si fuera ayer. Me sacó de aquel bucle de malos tragos en el que me metí; la abstinencía era menos dolorosa cuando ella me dejaba esnifar sus ganas de vivir cada mañana cuando me levantaba a su lado. Era el infierno que se fundía en mi boca y, aún sin alcohol, sus copas conseguían ser las más etílicas. Me duele que haya aprendido a prender su cigarro sin mi, a reír solo para hacerme creer que le va bien y yo fingir que es verdad. Como una puñalada en lo más profundo del corazón al saber que esa mirada tan risueña ahora ya no se fija solo en mi y que esa sonrísa es solo suya, no mía.