domingo, 24 de febrero de 2013

No te das cuenta pero, sigue ahí.

El pintalabios se gasta, el movil se paga, el perfume se termina, la falda roja que guardabas para ocasiones ya no te viene y el espejo finalmente se rompe. Tan lejos, tan cerca. Siguen iendo al mismo bar, con el mismo camarero, la misma decoración,  la misma música, todo es igual; hasta que te das cuenta de que algo falla, el café es más caro y la cerveza más barata, lo que falla es la compañía. No lloras, pero tampoco ries. Hasta que un día te das cuenta de que tu felicidad esta a 3.168,1 kilómetros de ti. Vas tan rápido por la vida que no paras ha fijarte en los detalles, no ves las estaciones, frío o calor, no sientes la lluvía o la nieve, solo quieres pasar rápido la angustia de botella en botella, de cigarro en cigarro; y de repende, paras, aflojas; y cuando aflojas te das cuenta de que en el maniquí de pulseras esta la suya, al fondo; se ve algo azul con letras, medio enterrada por demás colgantes y pendientes, como escondiendose por miedo a que la rompan, que rompan el plástico de goma, que se rompa la única conexión, la prueba de que aún hay algo. Sabes que la única persona capaz de decirte que pares, que lo dejes, que sigas o que te tranquilices ya no esta. Todo lo que digan esta de más porque esa persona es la única que ha aguantado tus llantos, tus manías, tus problemas, tus borracheras, tus miedos, tus inseguridades, tus mosqueos dejando sus problemas a un lado; esa persona ha sido la única a la que has acudido cuando has tenido algún problema, sea a su puerta, a su telefono o a mensajes privados. Y notas que la música del bar ya no es lo que era, que suena por sonar, que el camarero te sigue sonriendo pero la sonrisa no es correspondida, que en vez de 2 cervezas necesitas 4. Necesitas aumentar tu dosis.